miércoles, 14 de septiembre de 2011

Juegos Tradicionales


El Palo Ensebao

Este juego popular se dice que tuvo su origen en Nápoles, Italia, en el siglo XVI. Inicialmente consistía en formar, en una plaza, una pequeña montaña de tierra que representaba al Vesubio, el conocido volcán que, con su erupción en el año 1989, sepultó en ceniza volcánica y lava las ciudades romanas de Pega y Herculano, en la costa del Mediterráneo.

En el juego popular, del cráter formado en el centro del montículo, los napolitanos hacían botar salchichones, macarrones y otros comestibles, que caían por sus laderas y eran recogidos por los espectadores para cocinarlas, lo que originó su nombre.

Posteriormente, se reemplazó el montículo por un poste alto plantado en la tierra, untado con sebo y/o jabón, en cuyo extremo superior eran colocadas aves, salchichones y demás, como premio para quien alcanzara la punta. Fue algo infaltable en las fiestas de carácter popular hasta el siglo XVII.

De Italia pasó a España, ya con la última característica, donde se lo utilizó en el mismo tipo de festejos, con gran acogida por la población. Incluso llegó a ser plasmado al óleo en un cuadro por el famoso pintor español don Francisco de Goya. Con el descubrimiento y conquista de América, el juego de la cucaña llegó hasta nuestra tierra, donde perdió su nombre original para ser reemplazado por el de "palo ensebado", con el que por sus características lo bautizó el cruceño, utilizando términos del habla popular y quitando la "d" al uso corriente.

El juego del "palo ensebao" se extendió por todo el departamento y se lo practica en toda clase de festejos, ya de tipo religioso, ya en conmemoraciones cívicas, o locales de cualquier carácter. Los premios acostumbrados consisten en telas, pañuelos, botellas con licor ("trago") e incluso dinero. En la ciudad todavía se lo practica en el "Día de la Tradición".

Se utiliza un palo recto, de alrededor de ocho metros de largo sin contar la parte enterrada que mide como un metro o más, para darle fijeza; el diámetro, en la base, está entre los treinta y los treinta y cinco centímetros. En la parte superior se cruzan dos maderos horizontales que generalmente sostienen un aro hecho de bejuco, el que lleva pendientes los premios; estos consisten en pañuelos, cortes de tela, dinero, alguna botella de licor y otras cosas que signifiquen alicientes para alcanzarlas.

El palo se embadurna completamente con sebo o jabón para dejarlo lo más resbaladizo posible, dificultando la ascensión. Sin embargo, los que pretenden subir a él se proveen de maneas para los pies y llenan sus bolsillos o bolsas que llevan a propósito, con arena y ceniza, para contrarrestar o paliar el efecto del sebo. Untados con eso, brazos, manos y pies, y maneados, se abrazan al madero para trepar fuertemente abrazados a él. Muy pocos lo consiguen al primer intento, algunos lo intentan varias veces. A medida que los trepadores van ensayando, la acción del frotamiento con la arena y la ceniza hacen disminuir lo resbaladizo del palo, y el que llega a coronarlo baja cargado con el ansiado botín que tiene el doble valor económico y de triunfo sobre los demás.

Leyendas de mi tierra


El Mojón con cara

Hasta mediados del siglo XVIII la calle hoy denominada Republiquetas era de las más apartadas y menos concurridas de vecindario que había en esta ciudad. Las viviendas edificadas sobre ambas aceras no seguían una tras de otra sino con la breve separación de solares vacíos separados de la vía pública por cercos de cuguchi o follaje de lavaplatos.

Hacia la primera cuadra y con frente a la acera norte de dicha calle, vivía por aquella época una moza en la flor de la edad, bonita, graciosa y llena de todos los atractivos. Su madre la mimaba y cuidaba más que a la niña de sus ojos, reservándola en mente para quien la mereciera por el lado de los bienes de fortuna, la buena posición y la edad del sereno juicio.

Pero sucedió que la niña puso los ojos y luego el corazón en un mozo que, aparte la buena estampa y los desenvueltos ademanes, nada más tenía a la vista. Cuando la celosa mamá se hubo dado cuenta de que el fulano rondaba a su joya viviente, redobló la vigilancia sobre ésta, a extremos de no dejarla salir un paso. Pero el galán resultó tan enamorado como paciente y tan firme como tenaz en conseguir el logro de sus ansiedades amorosas. Desde por la mañana hasta por la noche, ahí se estaba en la esquina, plantado y enhiesto, a la espera de que la amada asomase al corredor o siquiera a la puerta, para cambiar con ella algún tiroteo de miradas o recibir la dulce rociada de una sonrisa.
Por aquellos felices tiempos del rey había en todas las esquinas recios troncos de cuchi, a ras de las aceras, para proteger las casas de los encontrones de un carretón o servir de señal para la línea de lo edificado. Se les daba corrientemente el nombre de mojones.
La mamá de la chica, oscilando entre el celo y el recelo, apenas veía allí al quidam, despachaba su malhumor con esta frase:
-¡Ya está ahí ese mojón con cara!.

Ignorando del mote con que la presunta suegra quería burlarse de su constancia y firmeza, el enamorado, en sus largas esperas, dio en la práctica de distraerse con el mojón, mudo compañero de sus expectativas. Con el filoso trasao que llevaba al cinto, como todos los galanes de su tiempo y condición, empezó a labrar el duro palo, con miras a darle en la parte superior la forma de una cabeza humana. Como disponía de sobrado tiempo, hizo en ello cuanto pudo.

Una madrugada de ésas, advirtió la mamá, con el natural sobresalto, que la niña había desaparecido de la casa. Creyendo hallarla en palique con el aborrecido, corrió a la esquina. Pero la mimosa no estaba allí, ni en la otra, ni en las demás esquinas, ni en parte alguna de la ciudad. Paloma con ansias de volar, había alzado el vuelo con el palomo, la noche anterior.
Pero quedaba en la esquina el mojón con la cara que la paciente mano del galán había tallado en sus horas de amante espera.

Junto con la tradición, el verdadero "mojón con cara" se conservó en la esquina de Republiquetas y René Moreno, hasta el año 1947. Un tractor de Obras Públicas que raspaba la calle, lo arrancó y arrojó en donde nadie pudo saber más de él. Para reponerlo el alcalde municipal de ese entonces, don Lorgio Serrate, mandó labrar y colocar uno parecido. Es el que hoy se levanta allí.

domingo, 4 de septiembre de 2011

Fundaciones, Traslado y Fusión de las dos Ciudades


Santa Cruz de la Sierra
 
Fue fundada por Ñuflo de Chaves el 26 de febrero de 1561 en la serranía de Chiquitos, a orillas del arroyo Sutós.
Fue trasladada a Cotoca entre 1601 y 1604, este último año en el cual el fiscal de la Audiencia de Charcas, Don Fransisco Alfaro, sale con los ultimos habitantes.

San Lorenzo de la Frontera
San Lorenzo de la Frontera fue fundada por Lorenzo Suarez de Figueroa y su Teniente de Gobernacion, Gonzalo Soliz de Holguín, el 13 de septiembre de 1590 en el margen derecho del Rio Grande.
La trasladaron definitivamente a la punta de San Bartolomé las mismas autoridades (despues de permanecer en este lado del Rio Grande y Cotoca) el 21 de mayo de 1595.

Fusión de ambas ciudades
Traslado de Santa Cruz de la Sierra, de su asiento en Cotoca a la punta de San Bartolomé, en 1621, por el gobernador  Nuño de la Cueva, donde hoy se encuentra. traslado y al mismo tiempo fusión con San Lorenzo de la Frontera, que da lugar a la pervivencia histórica del nombre de Santa Cruz de La Sierra sobre el de San Lorenzo.